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lunes, 28 de diciembre de 2020

VIAJAR CON EL PALADAR: RATATOUILLE

Si nombramos la ratatouille estamos convencidos que enseguida os vendrá a la mente la fantástica película de Pixar. Pero como dice Nieves Concostrina, antes que una película fue un plato. Un plato campesino, como dicen en la película. Esta vez vamos a viajar hasta Francia para preparar una receta que tiene muchos “primos”. ¿Venís?


Supongo que habréis visto la película un millón de veces. Por si acaso os hago un resumen: Rémy es una rata que tiene un extraordinario sentido del olfato y el gusto. Por diversos azares llega hasta París, hasta el restaurante de Gusteau, uno de los chefs más famosos de Francia recientemente fallecido. Gusteau, cuyo lema es “cualquiera puede cocinar”, es el chef favorito de Rémy. Allí conoce al recién llegado Lingüini, un joven un poco torpe que ha llegado para trabajar en la cocina de Gusteau. Rémy comenzará a manejar a Lingüini como una marioneta para cocinar. El buen hacer de “mini-chef”, como Lingüini llama a Rémy, hará que Gusteau recobre la fama que tenía cuando su creador todavía estaba vivo. Esa fama atrae a Anton Ego, el crítico culinario más influyente de París, que tras su última crítica hizo perder una estrella al restaurante. 

La ratatouille es una receta muy sencillita de hacer, con ingredientes que son muy fáciles de encontrar. Necesitaremos berenjena, pimientos, tomates, calabacines, cebollas, ajo, aceite de oliva y hierbas aromáticas. Dependiendo de la receta, los ingredientes pueden cambiar algo, pero estos son los más habituales. En este caso la vamos a preparar al horno, pero también se puede preparar en una sartén o cazuela. 


Cortamos los ingredientes en rodajas, excepto el ajo, que lo picaremos muy fino. Tened en cuenta que cada verdura tiene un tiempo distinto de cocción, por lo que el calabacín, que se prepara muy rápido, debería ser más grueso que los pimientos, tardan más en cocinarse. Haremos “sudar” a la berenjena para sacarle un poco de amargor. Esto es, ponerla sobre un papel de cocina y echarle un poco de sal. Secaremos el líquido que exuda con el papel de cocina. 

En una bandeja que pueda usarse en el horno iremos colocando los ingredientes. Para que sea más colorido os recomendamos que los vayáis intercalando, formando una especie de escalera de caracol multicolor. Aderezaremos con un chorro generoso de aceite de oliva virgen extra, y echaremos sal y una mezcla de hierbas aromáticas como romero, tomillo, orégano, albahaca, etc. En nuestro caso usamos las famosas “hierbas provenzales” que venden en cualquier supermercado. Nosotros las metimos un rato antes en el aceite para hidratarlas un poco. 


El horno estará previamente precalentado a 180ºC, y meteremos la ratatouille unos 20 minutos, quizá un poco más si no son muy finas las lonchas. Con calor arriba y abajo y sin aire. Si notáis que se queman las verduras taparlas con papel de horno. Estará listo cuando las verduras estén cocinadas, pero todavía firmes. 

La ratatouille nació en la Provenza francesa. De hecho su nombre completo es “ratatouille niçoise”, es decir, de Niza. Como ya hemos dicho, es una receta campesina, de gente humilde, preparada con las verduras que cultivaban. Se tiene noticias desde el s. XVIII de su preparación. 

Antes también hemos comentado que esta receta tiene muchos “primos”. ¿Os suena otra receta que lleve tomate, pimientos, cebolla y calabacines? Si estáis pensando en un pisto, tanto manchego como murciano, habéis acertado. Este sería uno de los familiares directos de la ratatouille. El pisto también tiene otros familiares como la samfaina catalana o el tumbet mallorquín. 


Pero encontramos otros parientes en otros países, todos bañados por el Mediterráneo. En Italia hay un plato denominado ciambotta que lleva patatas hervidas, berenjenas, tomates y pimientos. En Malta la kapunata es una receta con tomates, pimiento verde, berenjena y ajo que suele acompañar a los platos de pescado. Y en Turquía se prepara el Imán Bayaldi. Dicen los expertos que lo que Rémy le prepara a Ego en la película no es una ratatouille, si no un confit byaldi, una receta que en los años 70 creó el chef Michel Guérad, fusionando las preparaciones francesas y turcas. 

Sea como sea. Este es un plato estupendo para toda la familia. Con la excusa de la película, podemos hacer que los niños se aficionen a comer verduras. Incluso podremos aprovechar para ver la película mientras degustamos nuestra ratatouille. 

Y podemos imaginar que estamos en París en un restaurante como el de Gusteau, o paseando por las orillas del Sena. O incluso que recorremos la Provenza, atravesando sus campos al atardecer. Podemos seguir volando en sueños y nos vamos al Bistro Chez Rémy, el restaurante de Disneyland París que se basa en la peli Ratatouille, donde nos sentiremos del tamaño de unas ratitas. Como veis imaginación no nos falta, jeje. 


De momento lo más lejos que vamos a ir es a la cocina. Elegiremos verduras y prepararemos una rica ratatouille para disfrutar en familia. Coged pan y...¡Bon appetit!

martes, 18 de agosto de 2020

VIAJAR CON EL PALADAR: COQUES DE LA MARINA

Existe una receta en la costa mediterránea que es común a todos los territorios pero lo suficiente extensa en cuanto a versiones, interpretaciones, incluso ingredientes y formas de prepararlas, que por sí sola genera una deliciosa cultura única. Esta receta es la de la coca.

Coques de la Marina


Porque con el término “coca"; se conocen un sinfín de recetas a lo largo y ancho de la costa mediterránea, con conexiones en otros puntos del Mediterráneo y de Europa. Recetas dulces y saladas. Cubiertas o con los complementos sobre la masa. Incluso cocas que no se llaman cocas.

Para empezar, ¿qué es una coca? Es una masa que se realiza con harina, agua, aceite, algo de levadura y sal o azúcar. A partir de aquí tiene un papel importante la tradición, el gusto personal o la imaginación de quien prepara este plato. En nuestro caso vamos a referirnos a las cocas de La Marina, una comarca que se encuentra al norte de la provincia de Alicante. Los dos municipios más importantes son Denia y Jávea (Xàbia), pero también conoceréis Calpe, Pego, Pedreguer o Vall de Gallinera, de la que hemos hablado en alguna ocasión.


Las cocas de La Marina tienen tamaño de ración. Algo que a los niños seguro que les resulta divertido, y es que nos pueden ayudar a preparar este rico plato. Necesitaremos, como ya hemos dicho, harina (de trigo), agua, sal, aceite (preferiblemente de oliva) y un poco de levadura. 

Vamos con la receta. Para nosotros, una familia con dos adultos y tres niños que no comen demasiado, utilizaremos 1/2 kilo de harina de trigo (mejor si es fuerza, pero no es imprescindible), 250 ml de agua tibia, 125 ml de aceite de oliva (si el sabor os parece muy fuerte podéis mezclarlo con algo de aceite de girasol), unos 7-8 gr de sal y levadura. La levadura depende de las indicaciones del fabricante. Si necesitáis más o menos masa, las proporciones son la mitad de agua que de harina, teniendo en cuenta que la harina se pesa en gramos y el agua se mide en ml. Es decir, para 1 kg de harina, 1/2 litro de agua, etc. Respecto al aceite, la mitad que de agua. Y de sal son unos 15 gramos por kilo de harina. 

Con todos los ingredientes ya listos amasamos, mezclando primero los secos (harina, sal y levadura) y añadiendo el agua. Amasamos como creamos oportuno, con maquina, thermomix o a mano (mi preferida). cuando ya se haya mezclado bien el agua y la harina, añadimos el aceite, mejor poco a poco. Amasamos hasta conseguir una masa firme y elástica. Tapamos y dejamos reposar una media hora, preferiblemente en un lugar templado, para que suba. Si no le hemos añadido levadura, o le ponemos muy poca, se puede tapar con film y meterlo en la nevera toda la noche. 



Tras el tiempo para levar, lo volvemos a amasar ligeramente y lo dividimos en raciones iguales. Con cada ración formamos una bola, un poco más pequeña que una pelota de tenis. Las aplastamos con un rodillo dándole forma redondeada, pero sin aplanarlas mucho. Con los dedos en el centro haremos una hendidura para que no se salga el relleno. Las ponemos en la bandeja del horno y las tapamos con un trapo para que reposen 10-15 minutos más. A continuación las rellenaremos. Las cocemos en el horno a 200 ºC unos 10-12 minutos, cuando veáis que la masa está dorada. Se pueden comer calientes o frías, pero recién hechas están mucho mejor. 

El relleno tradicional es pisto con tomate, salazones (mojama, melva o sardinas) o el esgarraet o aspencat, que consiste en tiras asadas de pimiento, cebolla y berenjena (la receta puede variar) con migas de bacalao seco o mojama. Para los niños solemos hacer una mezcla con atún de lata y salsa de tomate. También se puede poner embutido, solo o con rodajas de pimiento o tomate; o lo que vuestro gusto o la imaginación os dicte. ¡Hay un sinfín de posibilidades! 


Las variantes de la receta son inmensas. Hay cocas destapadas, como estas, o cubiertas, como si fueran empanadas. Respecto a las destapadas las más tradicionales son las que tienen una masa de unos 4-5 cm de grosor con embutido o salazón por encima. Suelen ser rectangulares y, más o menos grandes, dependiendo del horno que utilicemos. También hay una coca, denominada de mollitas, que tiene por encima una mezcla de harina y agua, como si fueran grumos. A mí se me hace un poco de bola, para que nos vamos a engañar. Las encontraréis sobre todo en la zona de la ciudad de Alicante y sur de la provincia. 

La coca tapada más famosa es la de atún con cebolla (coca amb tonyina) que se come por toneladas durante las Hogueras de Alicante. Hasta se celebran concursos para premiar la mejor. Otra que tiene un gran predicamento es la de pisto con atún. Cuando está bien hecha es una auténtica delicia. 

Otras versiones de la coca, son los bollos a la paleta o a la loseta, típicos de algunos municipios de la comarca alicantina de la Marina Baixa como Benidorm, La Vila Joiosa y Altea. Esta vez la masa se elabora con harina de maíz, se rellena con acelgas sofritas y migas de melva desalada (un pez de la familia del atún) y se cocina a la plancha o sobre una sartén caliente. En Finestrat se denomina coca girà (coca girada) y se hacen con embutido. En los pueblos del interior de la comarca también se le denomina minxos y pueden freírse. 

Añadir título

Si pensáis que no pueden haber más variantes os equivocáis. Queda hablar de las cocas dulces. En la Comunidad Valenciana por coca dulce se entiende una gran variedad de bizcochos, desde la más simple, denominada coca de llanda (lata, por la bandeja del horno) o boba, pasando por la coca de naranja, chocolate, almendra, yogur… En Cataluña es muy típica la coca de San Juan, que tradicionalmente se come para festejar la noche más mágica del año. Por encima puede llevar piñones, fruta escarchada, chocolate o crema pastelera. 

Al principio comentábamos que la coca tiene conexiones con otras recetas del Mediterráneo y Europa. Si ir muy lejos, tenemos el ejemplo de las empanadas gallegas. Por otra parte tanto las pizzas como las foccacias son primas hermanas de las cocas. En las zonas limítrofes de Francia y Alemania (Alsacia, Lorena, Sarre, Baden) se prepara un plato denominado tarte flambeé o flammkuchen, que consiste en una base de masa de trigo cubierta con nata y cebolla, panceta, o queso gratinado, dependiendo de la receta. Por último parece que la palabras inglesas y alemanas para los pasteles (cake y kuchen, respectivamente) derivarían de coca. Vamos, que esta receta es de lo más viajera. 


Y veis que no os mentíamos al afirmar al inicio del post que la coca forma una cultura por si misma, como explica en este artículo Paco Alonso, con su historia y sus múltiples variaciones y formas de prepararlas. Seguro que nos hemos dejado muchas variantes. Os toca a vosotros descubrirlas y disfrutarlas. Os animamos a cocinar un plato sencillo pero muy sabroso. Y a que le pongáis cariño y, sobre todo, imaginación. ¡Qué aproveche!

sábado, 8 de febrero de 2020

VIAJAR CON EL PALADAR: PANNA COTTA

Para finalizar una gran comida nada mejor que un postre que redondee la velada. En esta ocasión os vamos a proponer un postre que es muy sencillo de realizar, tanto que los niños podrán ayudarnos en la mayoría del proceso de realización. Pero su sencillez no implica que no esté tremendamente delicioso y que nos transporte a otro lugar. Vamos a preparar panna cotta.


La panna cotta es un postre originario de la región italiana del Piamonte. Por si andáis con un poco de despiste, es una región situada al noroeste del país y la capital de la región es Turín. Sus principales ingredientes son la leche de vaca y la nata. De hecho 'panna cotta' significa 'nata cocida', tal cual. La cocina a base de ingredientes derivados de la vaca tiene bastante predicamento en la cocina al norte de Italia (leche, nata, quesos, carne, etc.).


Para realizar la panna cotta necesitaremos:
- 250 ml de leche (mejor si es fresca)
- 250 ml de nata
- 70 gramos de azúcar
- una vaina de vainilla
- tres hojas de gelatina

Para prepararlo se ponen en un cazo la leche, la nata, el azúcar y la vaina de vainilla y lo llevamos a ebullición a fuego lento. Aunque podemos poner la vaina tal cual, os recomendamos abrirla con una punta para conseguir un mayor aroma y para que las semillas se salgan, lo que ayudará a dar un toque de color al plato, que es de un blanco inmaculado, pero esto es al gusto. Al mismo tiempo ponemos las hojas de gelatina en un recipiente con agua fría para hidratarlas. Cuando rompa a hervir la leche con la nata  sacamos el cazo del fuego. Se sacan las hojas de gelatinas, las escurrimos bien y las añadimos al cazo. Removemos enérgicamente para que todos los ingredientes se mezclen correctamente. A continuación llenamos unas flaneras con la mezcla y metemos en la nevera para que cuajen. Pueden ser unas cinco horas, aunque lo mejor es reservar para el día siguiente.


La panna cotta tiene textura de flan y para descubrir si hemos acertado deberemos "hacerlo bailar". Un error frecuente suele ser añadir demasiada gelatina, convirtiéndolo en un postre de gelatina blanca. Las versiones industriales que hemos encontrado no tienen nada que ver con esto, y bajo la denominación "panna cotta" cuelan cada engendro que no hay por donde cogerlo.


Una de las grandes ventajas que tiene este postre es su versatilidad. Hay una versión vegana o para intolerantes/alérgicos a la lactosa  recomendable, hecha con sustituto de nata vegetal y leche vegetal (bebida de soja, avena, almendras...), o se puede sustituir el azúcar por edulcorante. También es muy agradecido con el acompañamiento, ya que combina bien casi con cualquier mermelada o fruta. También con chocolate, dulce de leche, caramelo, etc.


El potente sabor de la leche nos llevará hasta la zona transalpina, donde nació este plato. La riqueza gastronómica del norte de Italia es impresionante y, sorprendentemente, nada tiene que ver con la riqueza gastronómica del sur. Como hemos indicado antes, la cocina del norte de Italia se define por tener una mayor presencia de los productos procedentes de los animales (carnes y lácteos), en contraposición con el sur, donde ela platos más ligeros y con mayor presencia del aceite de oliva, pescados y vegetales frescos. Platos como el rissoto, el carpaccio, la salsa boloñesa, o quesos como el pecorino, el gorgonzola o el celebérrimo Grana Padano (además de la panna cotta), definen la cocina norteña. 
 

Como veis sobran argumentos para disfrutar con la cocina italiana, tanto si es del norte como si es del sur. Esta vez hemos querido incidir en un plato muy básico, pero que define muy bien a su región, y que demuestra que muchas veces menos es más. Os invitamos a probarlo y a que, de nuevo, viajemos con el paladar.

viernes, 28 de junio de 2019

VIAJAR CON EL PALADAR: ENSALADA WALDORF

Cuando llega el verano lo que nos apetece a todos es pasar el menor tiempo posible en la cocina, y preparar platos ligeros con los que sobrellevar el calor. Os traemos una receta sencilla, con ingredientes fáciles de localizar y que tiene una historia viajera detrás. Os presentamos la ensalada Waldorf.


Esta ensalada está preparada con tres ingredientes básicos: mayonesa, apio y manzana. Su nombre proviene del establecimiento donde fue creada, el hotel Waldorf Astoria de Nueva York, uno de los establecimientos más lujosos de la Gran Manzana, y uno de los hoteles más conocidos de todo el mundo. 


Dice la leyenda que esta receta nació de madrugada y de repente, ya que un cliente tardío pidió algo para cenar y con los únicos ingredientes que el cocinero tenía a mano realizó este famoso plato. Como esto de las recetas improvisadas (dicen que la fideuà nació también por casualidad) es un cuento, haremos más caso a la historia que dice que el dueño del hotel, William Waldorf Astor, le pidió a su maitre que creara una serie de platos para su distinguida clientela. 


La receta fue creada en 1893 y en 1896 apareció la receta en el libro "The Cook Book by Oscar of the Waldorf", escrito por Oscar Tschirty, el maitre del Waldorf Astoria. Desde el primer momento, esta ensalada se convirtió en un plato admirado por la jet-set del momento. Y desde entonces se ha convertido en el plato más demandado del hotel, además de un hito en el cocina mundial por su audaz combinación de sabores. Un clásico que no pasa de moda.


La verdad es que es una ensalada deliciosa y muy rápida de preparar. Se corta en juliana una rama de apio, y en daditos pequeños una manzana (se suele recomendar roja, pero las amarillas tardan más en oscurecer), todo ello se mezcla con mayonesa. A partir de aquí, y siempre respetando los tres ingredientes originales, hay quien le añade frutos secos como nueces, pasas, piñones o almendras picadas. Hay quien le añade yogur natural, leche o nata a la salsa para aligerarla. Hay quien adereza la mayonesa con una punta de mostaza, nuez moscada, pimienta, (a mi me gusta con mostaza y unas gotas de salsa Perrins), o la aligera con yogur, leche o nata. Hay quien añade a la mezcla pera, miel o limón. Hay quien incluye jamón de York picado o huevo duro. Hay quien lo come sobre hojas de lechuga. En la cocina siempre la imaginación al poder.


Por supuesto un hotel como el Waldorf Astoria ayuda a que esta receta sea algo más que una simple ensalada. El hotel original fue construido en 1893 (el Waldorf) y unido posteriormente al The Astor, construido en 1897). Fue apodado "el guión", ya que un pasillo cubierto unía ambos y por el guión del nombre, que en la actualidad ha desaparecido. En 1929 fueron demolidos y el actual hotel Waldorf Astoria, construido en un nuevo emplazamiento en Park Avenue, fue inaugurado en 1931. En el antiguo solar se edificó el Empire State Building


Este hotel ha sido escenario de varias películas y residencia de numerosas personalidades, desde artistas como Cole Porter o Marylin Monroe, a presidentes y nobleza europea, pasando por gángsters. Una historia apasionante. Nosotros, que todavía no hemos pisado suelo de Estados Unidos, esperamos alojarnos allí algún día. Mientras, nos queda disfrutar con su ensalada.

viernes, 8 de febrero de 2019

VIAJAR CON EL PALADAR: DORAYAKI

Que vivimos en un mundo globalizado no es ninguna sorpresa para nadie. La información viaja de una punta a la otra del planeta a una velocidad de vértigo. Internet nos ha permitido que desde la pantalla de nuestro ordenador podamos visitar cualquier lugar que se nos ocurra, y en nuestra mano tenemos un pequeño ordenador abierto al mundo.




Los dorayaki son un dulce de origen japonés que se ha popularizado gracias a la serie anime Doraemon. Por si habéis estado en un bunker ultrasecreto durante los últimos veinticinco años os explico que Doraemon es un gato robot del futuro que viaja al pasado (a nuestros días) para ayudar a Nobita, el tatarabuelo del propietario de Doraemon, para ayudarlo a mejorar ya que es un desastre en los estudios y eso tendrá desgraciadas consecuencias en el futuro para su familia. Doraemon posee un bolsillo donde almacena inventos de su tiempo que ayudarán a Nobita y sus amigos. ¿Quién no ha deseado tener un gorro-cóptero o una puerta mágica?

Los dulces favoritos de Doraemon y Nobita son los dorayaki, incluso se llegan a pelear por ellos. Si te fijas, Doraemon y dorayaki empiezan ambas por “dora” que en japonés significa “gong” y hacen referencia a la forma redonda, tanto del disco del gong como del pastelito del dorayaki como de la cabeza de Doraemon. Estas Navidades le prometí a mi hijo que le haría unos dorayaki. Y aquí estoy.





El dorayaki tiene dos partes, un par de bollos llamados kasutera, que se parecen bastante a las tortitas (pancakes) y un relleno que se denomina anko, y que se realiza con una judías del tipo azuki, primas hermanas de las judías pintas. El anko es el relleno tradicional, pero también puede rellenarse con dulce de castaña, chocolate, fruta, crema pastelera, nocilla/nutella, etc.

Probablemente lo más complicado para elaborar los dorayakis es encontrar las azuki. Por suerte, y casi por casualidad, las encontré entre las legumbres ecológicas que venden en los supermercados Aldi. También se pueden encontrar en Alcampo. Como recurso final siempre os quedan las tiendas online, ya que es un alimento no perecedero y aguanta bastante tiempo sin problemas.


Para los kasutera seguí la receta de la web Japonpedia  y la verdad es que las medidas que proporciona dicen que son para 4 o 5 raciones, pero a mi me salieron al menos siete, aunque de distintas medidas. Cuando le cogí el truco los hacía más o menos iguales, pero al principio mezclaba unos pequeños con otros grandes. La cosa no es una tontería, porque necesitamos dos kasutera más o menos iguales para hacer cada dorayaki.

Necesitáis los siguientes ingredientes:
    • 200 gramos de harina. 
    • 2 huevos. 
    • 150 gramos de azúcar. 
    • 120 mililitros de agua. 
    • 60 gramos de miel. 
    • 1,5 gramos de levadura en polvo (una cucharadita de café). 
    • 1,5 gramos de bicarbonato. 

Empezaremos por batir los huevos. No es necesario separar las yemas de las claras. Añadimos la miel, el azúcar y lo batimos todo. Mientras, echamos el bicarbonato en el agua y lo removemos hasta disolverlo. Lo añadimos a la masa y echamos la harina y la levadura. Aunque no es necesario, es conveniente tamizarlo. ¡Y a batirlo todo! La masa estará lista cuando sea homogénea y no hay grumos. Es un poco consistente, líquida pero un poco viscosa, como la miel. No es preciso dejarla reposar.


Solo queda coger una sartén o una plancha e ir echando la masa con un cucharón. Previamente hay que engrasar la sartén con aceite de girasol. El fuego debe estar medio-bajo, aunque según vayáis haciéndolas iréis ajustando la temperatura. Se hacen enseguida, en un minuto o minuto y medio. Darles las vuelta y esperar a que se hagan. Las ponéis en un plato y esperáis para rellenarlas con el anko.


Lo suyo es que hagáis el anko al mismo tiempo, o antes. Necesitáis la misma cantidad de judías azuki que de azúcar (azúcar-azuki... no voy a seguir por este terreno pantanoso de las bromas fáciles) y una pizca de sal. Es decir, su usáis 100 gramos de judías, necesitáis 100 gramos de azúcar (blanco).


Antes hemos tenido que dejar en remojo las judías, al menos 12 horas. Si es más no pasa nada. Las escurrimos y la ponemos en una olla grande con agua a cocer. Se cuecen a fuego fuerte hasta que hierven y entonces se baja el fuego y las dejamos unos 10 minutos. Las escurrimos, volvemos a ponerlas en la olla, las cubrimos de agua y las volvemos a poner al fuego. Cuando hiervan bajamos el fuego y las dejamos a fuego bajo al menos hora y media, moviéndolas de vez en cuando. Cuando estén blandas se escurren. Hay que volver a ponerlas en la cacerola y con el fuego bajo echamos la sal y el azúcar. Removemos mientras la mezcla va espesando. Si vemos que la cosa no espesa, podemos triturar la mezcla con la batidora. Y una vez se haya enfriado...¡a rellenar! 


Sólo queda una cosa, comer y disfrutar. Nuestra primera tirada de dorayaki quedó bastante buena. Los kasutera tienen un sabor lo suficientemente intenso como para que no necesiten relleno. Pero no seré yo quien contradiga a los japoneses. Además son muy contundentes, con uno apenas estaba lleno, y no soy una persona que coma poco, precisamente. Aunque aguantan unos días en la nevera envueltos en film transparente, no hagáis mucha cantidad si sois pocos. Con las cantidades que os hemos proporcionado salen 7-8 dorayaki. 

FUENTE: https://www.flickr.com/photos/phuongkim1981/11820527984
Seguiremos perfeccionando la preparación de los dorayaki y esperamos ir algún día a Japón y probar unos auténticos en alguna pastelería de Tokio. Y vosotros, ¿habéis probado los dorayaki? ¿Los habéis comido en Japón? Podéis dejar comentarios acerca de esta u otra receta japonesa. ¡Qué aproveche!

jueves, 19 de julio de 2018

VIAJAR CON EL PALADAR: EL GAZPACHO ANDALUZ

Cuando empieza a hacer calor, que suele ser en la primera semana de junio, en casa empezamos lo que denominamos "la temporada del gazpacho", así conocida por el intensivo consumo de esta sopa fría. Tanto como acompañamiento como plato único, es indiscutible el poder de un gazpacho bien fresco para aliviar el calor de una manera deliciosa. 


Este plato aporta multitud de nutrientes, vitaminas, minerales, hidratos de carbono y agua, imprescindible en verano si no queremos morir deshidratados. Es uno de los grandes exponentes de la dieta mediterránea ya que para prepararlo se emplean dos de los ingredientes indiscutibles que definen esta dieta como son el pan y el aceite de oliva, además de las hortalizas que se utilizan. Y ya he pisado uno de los callos acerca del gazpacho, el uso de pan. 

Hablemos de ingredientes. Os dejo mi receta y a partir de aquí empezamos a discutir, como ocurre con cualquier plato famoso y representativo: tomates bien maduros, alrededor de un kilo o seis medianos; media barra de pan, es aconsejable que sea del día anterior para que absorba bien el agua; agua, la que sea capaz de absorber el pan, y un poco más; medio pepino; medio pimiento rojo y otro medio verde; media cebolla; dos o tres dientes de ajo; sal al gusto; vinagre de jerez, al gusto, unas cuatro o cinco cucharadas; y aceite de oliva virgen extra, un buen chorro. Cortamos todo en trozos lo más pequeños posibles y le metemos caña con la batidora. Antes lo pasaba por el chino para dejarle una textura fina, pero por economizar tiempo, y porque nos hemos acostumbrado a los grumos, lo suelo dejar tal cual. Quien tenga batidora de vaso o robot de cocina podrá mejorar la textura.

A partir de aquí vamos a empezar a divagar. Empezaremos por el tomate, de los pocos elementos que no tienen disputa. En todo caso el tipo de tomate. Hay quien prefiere el de pera, pero nosotros nos decidimos por uno que tenga una buena relación calidad-precio, ya sabéis que el tema tomatil en los supermercados está complicado, que suelen tener una piel como de adamantium y una carne como de porexpan. Respecto al ajo, la cebolla, el pepino, el pimiento, la sal o el vinagre, prevalece el gusto de cada uno. A mi no me gusta el pepino, y aun así le pongo medio (si se despistan no hecho, jeje). La cebolla y el ajo pueden cargar mucho el sabor y hay personas que les produce acidez. Algo parecido pasa con el pimiento o el vinagre. También depende un poco de la tradición familiar, porque hay quien lo prepara sin cebolla ni pepino, que solo utiliza pimientos verdes… 


Y llegamos a la madre del cordero, el pan en el gazpacho. Hay quien pide cárcel para quien pone pan en el gazpacho, que si le pones pan es salmorejo. En un país dividido en concebollistas y sincebollistas, y entre el-arroz-con-cosas-no-es-paella y los que le echan de todo a la paella, menos arroz, este es uno de los grandes debates culinarios nacionales. Yo le pongo pan. Si lo quieres menos espeso puedes añadir agua, siempre antes de batir, que si no se queda aguado y pierde todo el sabor.

No está muy claro el origen del gazpacho. Evidentemente tal y como lo conocemos solo es posible tras la popularización del tomate como producto agrícola tras traerlo los conquistadores castellanos de América, al igual que el pepino. La primera noticia que se tiene del gazpacho viene de la mano del escritor francés Théophile Gautier, que hizo un viaje por España en 1840 y escribió un dietario donde dejó escrita la receta del gazpacho. Si indagamos sobre su origen es posible que remita a algunos majados que se hacían en Al-Andalus con pan, agua, ajo, sal y vinagre, o yendo más atrás en el tiempo, a diversas mezclas de vinagre, agua, pan y hierbas aromáticas que hacían los romanos, como la conocida posca que consumían sus ejércitos.

El gazpacho tiene platos hermanos, voy a destacar dos. Por una parte el salmorejo. Confesaré que me gusta casi más que el gazpacho. El salmorejo únicamente lleva 1 kilo de tomates duros, dos o tres dientes de ajo, una barra de pan, vinagre, sal y aceite de oliva virgen extra. La textura debe quedar fina, y debido a la nula aportación de agua (hay quien empapa un poco el pan, pero la mayoría ni eso) y al aceite, se convierte en una crema más densa que se tiene que tomar inevitablemente con cuchara. Se decora con taquitos de jamón serrano y huevo duro. 


Otro de lo hermano del gazacho e el ajoblanco, que entra más en la categoría de sopas frías, pero tiene elementos comunes al gazpacho como el pan, el ajo y el aliño con sal, vinagre y aceite de oliva. En este caso se usa solo la miga, para conservar el color blanco, y almendras crudas. A mi me decepcionó un poco al principio, ya que el gusto a almendras crudas era muy intenso. 

Si no tenemos tiempo o ganas, siempre podemos recurrir a los gazpachos envasados. Como siempre si lo hacemos en casa probablemente nos saldrá más barato y es posible tener una mayor seguridad en el control de los ingredientes y su trazabilidad. Es decir, sabemos si lleva mucha sal, si los tomates están pochos, que el aceite sea virgen extra realmente... Con todo, ya decimos, no son una mala alternativa. Nosotros compramos de vez en cuando. Además la venta del gazpacho envasado contribuyó a su expansión internacional, ya que comenzó a principios de los 90, y España en el 92 tuvo varios eventos internacionales como la Expo o los Juegos Olímpicos. Tanto que hasta Lisa Simpson recomienda en un capítulo a su familia tomar esta "sopa de tomate muy fresquita" (aunque se la acabe tomando el perro).

El gazpacho (y el salmorejo) no hace que viaje a ningún lugar concreto, si no que me traslada al verano, la época del año de las vacaciones por excelencia. Vienen recuerdos de restaurantes más o menos abarrotados, comidas improvisadas en la terraza, sobremesas interminables. Y siestas. Y el Tour de France. Hacerle aguadillas a los colegas. Bañarse de noche en una piscina (mejor no decimos con que bañador...). Los primeros amores. No estudiar hasta que fuera imprescindible.  


Ya sé que no he nombrado los gazpachos con frutas como melón, sandía, mango, frambuesas, cerezas, etc. Es cierto que son muy refrescantes y una manera distinta de preparar gazpacho, pero soy un poco clásico para estas cosas. Tampoco he hablado de los gazpachos manchegos, hechos con carne. Creo que merecen un capítulo aparte. Con todo, os invitamos a probar el gazpacho como más os guste y, sobre todo, disfrutar del verano.

jueves, 8 de febrero de 2018

VIAJAR CON EL PALADAR: LA TARTIFLETTE

Viajar no es sólo conocer gente. Quien piense eso está completamente equivocado. Viajar es descubrir gente, otros modos de vida (más o menos parecidos a los nuestros), la cultura local y, dentro de esta categoría, su gastronomía. Porque comprar un imán de nevera o la figurita de turno puede estar muy bien, pero llevarte contigo un pedacito de un viaje y poder repetirlo, eso no tiene precio.


Todo este rollo para justificar que de vez en cuando vamos a publicar alguna receta que hayamos probado y que nos recuerde a algunos de nuestros viajes. La idea es que sean sencillas y que los niños puedan colaborar en su preparación. Y que sean sabrosas, claro. Para esta primera vez vamos a hablar de la tartiflette, un sencillo y contundente plato francés.


Nuestra última visita a París fue para visitar a la familia y ya que estábamos allí... pues cayeron unas vacaciones navideñas. Paseando por los Campos Elíseos en su tramo final (hacia la Place de la Concorde) en ambos lados de la avenida estaba montado uno de los muchos mercadillos de Navidad que hay en la capital gala, como es tradición en Francia y otros países de Centroeuropa (como Alemania). En estos mercadillos se mezclan puestos de artesanía con otros donde se venden alimentos e incluso atracciones de feria. En uno de los puestos de comida, ya que es muy típico comer por la calle o comprar la comida para llevársela a un lugar cercano, vi que vendían un plato con patatas, queso, bacon, nata... Con esos ingredientes, tenía que gustarme a la fuerza. Cuando volví a casa no recordaba el nombre de este plato, así que me armé de paciencia frente a Google hasta que encontré la receta: Tartiflette.


La tartiflette es una receta típica de la región de Saboya y Alta Saboya, al este de Francia, en la Región de Ródano-Alpes, limitando con Italia y Suiza. Chambéry esla ciudad más grande de la región, para situaros. Pero la tartiflette no es un plato que se pierda en las nieves de los tiempos, no, la receta fue creada en los años 80 por el Sindicato Interprofesional del Reblochon (que es el queso original que se utiliza) para aumentar las ventas. Minipunto para los productores, lo consiguieron, logrando además que este plato formara parte de la tradición de la región. La receta original tiene tres ingredientes principales: patatas, crema de leche y queso reblochon. De hecho el nombre del plato procede de un vocablo arpitano (la lengua que se habla en algunas regiones francesas, suizas e italianas junto a los Alpes), "tartifla", que significa patata.


¿Cómo se prepara? Ingredientes para cuatro personas: un kilo de patatas (tres patatas grandes aproximadamente), crema de leche, agua, sal, pimienta, ajo. Opcionalmente: bacon y cebolla. Se hierven en agua con sal las patatas con piel. Obviamente, hay que lavarlas bien para dejarlas limpias de tierra. Tras unos veinte minutos de cocción (quizá un poco más para que no queden duras, pero que tampoco se nos deshagan), las pelamos y las cortamos en trozos pequeños. Como estarán muy calientes tras la cocción lo mejor es dejarlas enfriar un poco. Si las sumergimos en agua fría la piel se retirará más fácilmente. A continuación colocamos los trozos de patata en un recipiente apto para horno y añadimos 100 ml. de crema de leche (medio vaso). Sazonamos con ajo, sal y pimienta al gusto (para esta receta suelo utilizar pimienta blanca). Sobre las patatas colocamos el queso reblochon abierto por la mitad, al que podremos retirar la corteza rascando con un cuchillo. Gratinamos en el horno durante unos 15 minutos a 180-190 ºC. ¡Y listo! 


A mi me gusta darle mi toque personal a las recetas y no quedarme únicamente en las preparaciones más ortodoxas. Siempre podemos añadir ingredientes que combinen bien con el plato. La mayoría de recetas que he visto incluyen (como antes he comentado) cebolla y bacon. Ambos ingredientes (una cebolla mediana y 300 gr. de bacon ahumado en tiras, lo que en francés se conoce como "lardons") los pocharemos en una sartén hasta que estén dorados y los mezclaremos con las patatas y la crema de leche en el recipiente de horno antes de poner el queso y gratinarlo.



¿Más variantes? Si queremos ser respetuosos con la cocina francesa, al pochar la cebolla y el bacon utilizaremos mantequilla, pero como el plato ya es contundente de por sí, yo uso aceite de oliva. Así también evito chutarme Danacol directamente en vena. Para aligerar el plato, en vez de crema de leche, utilizo leche evaporada (tipo "Ideal"), pero también se puede usar nata para cocinar, incluso preparados de grasas vegetales que sustituyen la nata (para veganos e intentonas de limpiar conciencias).


Por último, queda hablar un poco del ingrediente estrella, el queso. La receta original utiliza reblochon. Este queso es originario de Saboya y Alta Saboya y está protegido por una Denominación de Origen Controlada y se produce con leche de vaca de tres razas. Su nombre procede de la costumbre que tenían en la zona originaria de producción de este queso de ordeñar dos veces las vacas. La leche del primer ordeño iría para el dueño de los animales y el segundo para el agricultor. Al tener una cantidad menor de grasas pagarían menos tasas. Es un queso de pasta cremosa, como el camembert, pero con una corteza amarillo-anaranjada y un sabor más intenso y afrutado (lo definen como sabor a avellana). No es muy difícil de localizar, yo lo compro en el Carrefour más cercano, y se puede encontrar en dos formatos: piezas de 600 o 240 gramos. Como variante al reblochon os propongo utilizar camembert. En primer lugar porque es más económico (no llega a los 2 €, frente los 4 € del formato más pequeño y los 6€ de las piezas grandes). Con el camembert, al ser de pasta cremosa, conseguiremos una textura parecida, pero con un sabor menos pronunciado, por si no os gusta el queso muy fuerte. 

Sea con el reblochon (lo que os recomiendo) o con el camembert es un plato contundente, no olvidemos que procede de una zona junto a la alta montaña, los Alpes. Disfrútalo en familia y seguro que os sabrá aún mejor.