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jueves, 8 de octubre de 2020

VISITAMOS EL MUSEO DE LAS CIENCIAS PRÍNCIPE FELIPE DE VALENCIA

Este post tiene trampa. O mejor dicho contexto. Y es importante para entenderlo. Hace unas semanas visitamos el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Aprovechamos una oferta que tenía como objetivo atraer a visitantes tras haber levantado definitivamente las restricciones por el Covid. Visitantes pocos. Y por desgracia módulos interactivos menos.


La sensación al acabar la visita fue un poco agridulce. Si seguís este blog os habréis dado cuenta de que nos suelen gustar los destinos a los que vamos. No solemos publicar críticas negativas. En algunas cosas puntualizamos, porque creemos que es necesario, pero jamás vamos a edulcorar un artículo por caerle bien a nadie. Hace poco leí que los viajeros optimistas tienden a ir predispuestos a que les guste el lugar que visitan. Debe ser eso.

La sensación dulce viene de que después de mucho tiempo sin haber visitado el Museo de las Ciencias, y os puedo asegurar que hemos visitado este museo muchas veces, lo encontramos bastante cambiado. Para mucho mejor. Nuevos espacios, exposiciones nuevas y modernas, nuevos temas. La verdad es que nos sorprendió para bien. Y eso siempre es bueno. La parte agria vino por todas las restricciones impuestas por la pandemia. No es algo exclusivo de este museo, obviamente.




Pero vamos al grano. Como ya sabréis, el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe se encuentra en la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, un complejo lúdico y cultural (divulgativo, en este caso) diseñado por los arquitectos Santiago Calatrava y Félix Candela. Se encuentra en el Jardín del Turia, el antiguo lecho del río tras encauzarlo por el exterior de la ciudad para evitar riadas tan destructivas como la de 1957.

El Museo de las Ciencias fue el segundo edificio que se abrió al público en este complejo. Concretamente el 13 de noviembre del año 2000. Un par de años antes lo había hecho “L’Hemisfèric” un cine IMAX con forma de ojo humano. Por su parte el museo recuerda a un esqueleto, sobre todo por las púas exteriores, que parecen un espinazo.


De los cerca de 40.000 m² del Museo de las Ciencias, unos 26.000 se dedican a espacio expositivo dividido en tres plantas. Además hay una planta de acceso donde se encuentran las taquillas, servicios de atención al público, tiendas, restaurante y, muy importante, los aseos. Si es muy importante es porque solo hay aseos en la planta baja y en la tercera, pero a estos se accede por unas empinadas escaleras que son impracticables para personas con movilidad reducida. Así que mejor aprovechad.

La primera planta podríamos dividirla en dos partes, por un lado los espacios expositivos y por otro un gran paseo central junto a la gran cristalera orientada al noreste. En este gran paseo se encuentra una reproducción de una molécula de ADN (que, por cierto, gira en sentido contrario a como lo hacen) y un péndulo de Foucault con un cable de 34 metros y una bola de 170 kilos. ¿Cuánto tarda en completar un giro completo? Eso lo podéis averiguar allí mismo, eso si podéis evitar quedar hipnotizados por el movimiento del péndulo (SPOILER: No son 24 horas). También una pequeña exposición sobre la memoria, una colección de bicicletas y maquetas sobre la construcción del complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias.


En la parte expositiva encontramos cuatro exposiciones. Las vamos a ver de sur a norte. Empezamos por “Érase una vez” un gran espacio que explica muchos fenómenos físicos y naturales a través de los cuentos populares más conocidos. Poco os podemos contar, porque a excepción de dos o tres módulos, el resto estaban fuera de servicio. Agria sensación. Eso sí, la ambientación es muy bonita, magnífica para los más peques de la casa. Precisamente para los más peques es “L’Espai dels xiquets” (El espacio de los niños) una instalación para que niños de 3 a 8 años aprendan mientras juegan en equipo. En el exterior de este espacio hay unos terrarios con varias clases de invertebrados (hormigas, cucarachas, arañas, insectos palo...) y una de las instalaciones que más éxito tienen, una incubadora en la que constantemente están naciendo pollitos y saliendo de sus huevos. Un proceso más agotador de lo que podríamos pensar.


Las otras dos exposiciones que vimos fueron: "Mediterrani", sobre la historia geológica y biólogica del Mar Mediterráneo. Sobre todo nos enseña las consecuencias de todas las tropelías que le estamos haciendo los seres humanos a nuestro mar, al Mare Nostrum. Por último "Talking Brains", que contaba un montón de cosas acerca del cerebro y su funcionamiento. Esta exposición era temporal y ha sido sustituida hace unos días por "Play. Ciencia y música", que evidentemente no vimos. 


En la segunda planta no encontré cambio alguno respecto a como la recordaba. La parte expositiva es muy pequeña, pero contiene mucha información acerca de la vida y obra de los científicos Jean Dausset, Severo Ochoa y Santiago Ramón y Cajal. ¿Qué tienen en común? Los tres fueron galardonados con el Premio Nobel de Medicina. Probablemente lo más apetitoso sea ver los diplomas y las medallas que acreditan el más importante reconocimiento científico. 

Ya en la tercera y última planta encontramos las últimas exposiciones, que van de lo microscópico a la inmensidad del espacio. Si empezamos por el extremo sur veremos el Bosque de Cromosomas. Esta inmensa exposición (permanente) son cuenta la función de cada uno de los 46 cromosomas que componen e ADN humano. A través de diferentes módulos podremos poner a prueba nuestras funciones corporales o descubrir porqué somos como somos.


Bajo el nombre genérico de "Gravedad Cero" se engloban una serie de módulos y maquetas sobre la exploración espacial, la última gran aventura de la humanidad. Averiguaremos aspectos curiosos acerca de nuestro Sistema Solar y las naves que han hecho posible la investigación. Hay dos espacios muy curiosos, por una parte una sala cubierta de espejos donde se proyectan imágenes sobre el espacio, y que son muy chulas; y por otra la "Academia del Espacio" un simulador que, narrado por Pedro Duque, nos permite pisar (de mentirijillas) la Estación Espacial Internacional. Por desgracia estaba cerrado por motivos sanitarios cuando fuimos. Por último encontramos la exposición temporal "Marte, la conquista de un sueño" que nos habla de la historia y los proyectos futuros de la colonización del planeta rojo. Para complementarla os recomendados el podcast Onda Marciana, del equipo de Catástrofe Ultravioleta. Es interesantísimo y muy didáctico. 


Es una pena inmensa que no pudiéramos toquetear todos los módulos por culpa del coronavirus. Nos perdimos bastante información. Pero aligeramos una visita que se puede hacer eterna con niños. Las comparaciones son odiosas, pero ya os contamos en el post sobre Cosmocaixa que allí habían unos "mediadores" que accionaban por ti los módulos interactivos. No hubieran venido nada mal aquí.


Si vais a visitar el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe, solo nos queda comentar que en la planta baja hay una serie de talleres, que van aparte de la entrada al museo. Están bastante bien y son muy entretenidos. ¿Queréis saber una última curiosidad? En el exterior, junto a las puertas de acceso, hay dos grandes arcos. Si os ponéis a los dos lados del arco podréis hablar perfectamente a pesar de estar a muchos metros de distancia. Esto es posible por la estructura de los arcos. 

Respecto a precios, las entradas generales cuestan 8€ y reducidas para niños entre 4 y 12, personas con diversidad funcional o pensionistas, jubilados o mayores de 65, por 6,20€. Actualmente hay bastantes promociones y también ofrecen entradas conjuntas con L'Hemisfèric y L'Oceanogràfic, pudiendo ahorrar bastante dinero. Las familias numerosas tenemos un 15% de descuento, pero hay que sacar las entradas en las taquillas. Para más info sobre descuentos podéis consultar este enlace


A pesar de ese regusto no demasiado positivo que nos dejó la visita, fundamentalmente por lo relacionado con los módulos interactivos, merece la pena visitar el Museo de las Ciencias Príncipe Felipe. Nosotros lo hicimos con una oferta, menos mal, pero creo que los responsables son plenamente conscientes de lo que ofrece hoy en día el museo. También podéis aprovechar para pasear por los alrededores, que son muy chulos. Seguro que volveremos dentro de un tiempo, cuando el bicho no sea más que un mal recuerdo, y podremos quitarnos este sabor de boca.